Archivos diarios: 25/11/2012

Por siempre jamás

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En general me gustan las películas de Drew Barrymore pero en esta película me encanta. No sólo por el personaje principal, la típica princesa que se salva a sí misma (a las mujeres valientes nos gustan estas historias, como Brave!) sino por haber introducido un personaje histórico, Leonardo DaVinci, como un intento de dar mayor veracidad a la historia. ¿Fue real Cenicienta?

He encontrado una historia muy coqueta que merece ser leída. Me gustan estas historias breves y fantasiosas, en la que se introducen criaturas fantásticas, como animales mágicos o de fábula.

RÓDOPE

Hace mucho tiempo, en el antiguo país de Egipto, allí donde el agua verde del Nilo se entrega al agua azul del Mediterráneo, vivía una muchacha que había nacido en Grecia, pero había sido raptada por unos piratas y llevada a Egipto, y allí había sido vendida como esclava. Su amo había resultado ser un buen hombre, ya viejo, que pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo a la sombra de un árbol. Por eso no se enteraba de que las otras muchachas de la casa, todas libres pero siervas, hacían mofa y befa de la extranjera porque era distinta. Ellas tenían el cabello liso y negro, y el de la otra era rubio y rizado. Ellas tenían ojos castaños, y la otra tenía ojos verdes. La piel de ellas tenía el fulgor del cobre, pero la otra era de piel pálida, que quemaba el sol con rapidez, y por eso la llamaron Mejillas Rosa. Además, le hacían trabajar mucho y la reñían todo el día: «Vé al río a lavar», «Arréglame la ropa», «Saca a los gansos del jardín», «Haz el pan»… Y los únicos amigos que tenía eran los animales. Había acostumbrado a los pájaros a que le comieran de la mano, a un mono a que se le sentara en el hombro, y el viejo hipopótamo dejaba el banco de barro para estar cerca de ella. Al acabar el día, si no estaba muy cansada bajaba a la orilla del río para estar con sus amigos los animales, y, si le quedaban fuerzas después del duro trabajo de toda la jornada, bailaba y cantaba para ellos.

Un atardecer, mientras bailaba haciendo remolinos más ligera que el aire y apenas tocando el suelo con los pies, el viejo despertó y vio cómo bailaba. Tanto le gustó, que pensó que alguien con ese talento no debía estar sin calzado, así que mandó que le hicieran un par de sandalias muy especial, adornadas con oro rojo y con suelas de cuero, y las otras siervas, al vérselas, se pusieron muy celosas.

Un día, llegó noticia de que el faraón se hallaba en Menfis, y todos los súbditos del reino estaban invitados. ¡Ay!: ¡qué ganas tenía de acudir con las otras siervas Mejillas Rosa, porque sabía que habría baile, canciones y muchos y deliciosos manjares! Cuando ya estaban a punto de irse, vestidas con sus mejores ropas, las otras siervas le mandaron más tareas que tendría que hacer antes de que volvieran ellas, y luego se alejaron por el río en una balsa y dejaron en tierra a la extranjera. La muchacha, mientras empezaba a lavar la ropa, se puso a entonar una triste cancioncilla: «Lava el lino, escarda el jardín, muele el grano…» Cansado ya de la cancioncilla, su amigo el hipopótamo volvió a zambullirse en el río, y a la lavandera el agua le salpicó el calzado. Ella en seguida se lo quitó, lo limpió y lo puso a secarse al sol. Mientras continuaba con sus tareas, notó como si se oscureciera el cielo, así que miró arriba y entonces vio un halcón que bajaba volando, se apoderaba de una de las sandalias y se la llevaba. Mejillas Rosa tuvo miedo, porque sabía que era Horus quien se la había llevado, así que se guardó la otra en la túnica y se fue de allí.

Amosis I, faraón del Alto y del Bajo Egipto, estaba sentado en el trono mirando a la gente congregada y tremendamente aburrido. Hubiera preferido ir en su carro por el desierto. De repente, llegó el halcón y le dejó caer la sandalia en el regazo. Asombrado pero sabiendo que se trataba de una señal de Horus, dio la orden de que todas las doncellas de Egipto habrían de probarse la sandalia, y la dueña sería su reina. Para cuando llegaron las siervas que habían ido en balsa, se habían acabado los festejos y el faraón había partido en su carro en busca de la dueña de la prenda.

Tras buscar por tierra y no encontrar a la dueña del calzado, el faraón hizo traer su barca y empezó a recorrer el Nilo, aprovechando cada desembarcadero para que las muchachas del lugar pudieran probarse el calzado. Al llegar la barca cerca de la casa de Mejillas Rosa, todos oyeron el sonido del gong y el estruendo de las trompetas, y vieron las velas de seda púrpura. Las siervas de la casa corrieron al desembarcadero para probarse la sandalia, pero Mejillas Rosa se escondió entre los juncos. Al ver la sandalia, las siervas la reconocieron, pero sin decir palabra se esforzaron una tras otra por calzársela. El faraón vio a la muchacha escondida entre los juncos y le pidió que probase ella también. Mejillas Rosa salió de su escondite, se calzó la sandalia y sacó la que tenía guardada en la túnica. El faraón anunció entonces que ella sería su reina. Las otras siervas protestaron diciendo que era una esclava y que ni siquiera era egipcia. El faraón les contestó así:
– Es la más egipcia de todos, pues sus ojos son verdes como el Nilo, su cabello tan plumoso como el papiro y su piel tan rosada como la flor del loto.