Amor, Enamorado

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No importa cuánto pase el tiempo, ni importa el tiempo que pase, porque no me importa el tiempo ni lo que pase.

Pero pasó, hace tiempo, tanto que lo he olvidado, que un corazón se enamoró como se enamoran los corazones cuando el tiempo no acompaña a enamorarse. Porque eso pasa, que no importa el tiempo dentro del corazón.

Él no era un guerrero sino un herrero que tallaba las más bellas figuras, no eran espadas ni armas letales, sino piezas hermosas de plata, oro y otros metales que la gente compraba para adornar sus salones.

Ella no era una bella dama, sólo una muchacha que de cuando en cuando se dejaba ver por la playa. Y ahí coincidían los dos, porque los dos eran jóvenes y el tiempo los juntó.

No se supo si fue el viento que a ella la empujó al mar, donde bestiales criaturas habitaban y al fondo se la llevaron. De ella no se supo jamás, salvo lo que las historias contaban, de una doncella que cantaba cuando las olas se azotaban en tormenta.

Él seguía tallando pero los rostros de las figuritas siempre era el mismo, el de ella. Porque así es el corazón, que convierte en amor el anhelo de algo que se perdió.

Fue en una noche de luna nueva, que él se acercó al mar para dar una ofrenda y allí se apareció ante él una criatura horrenda, con los ojos amarillos como un fuego turbio encendido. Con sus fauces lo agarró y se lo llevó al océano. Profundo, muy profundo, y allí le mostró a la dama, ahogada en el lecho marino, que hacía tanto tiempo había amado y de su bolsillo sacó la figurita, con su rostro bello y la figura sonrió.

No se sabe cómo pero perdiendo el sentido bajo el mar, apareció en la orilla de la playa, con una dama de bronce en su mano que manaba llanto. Y al mar se hizo, con un pequeño bote, a encontrarse de nuevo con la criatura, que no era sino su amada a la que ya no podría amar.

Entonces talló en la madera un hombrecito y junto a la dama de bronce lo depósito antes de lanzarse al mar y ahogarse para con su amada juntarse.

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