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AguaMarina

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Lobo y Yo

Ágil como el viento atravesaba la espesura, saltando con piernas fuertes entre las escarpadas laderas, y a su lado tenía siempre a Lomo Gris, el lobo solitario. Juntos eran incansables, recorrían cada día los rincones del bosque de secuoyas buscando la joya perdida, el zafiro de Emmargor.

Su misión era encontrar la gema para devolver al espíritu su forma corpórea y así, gobernar las aguas desde la tierra. Pero la gran guerra comenzaba a extenderse más allá de la llanura nevada, donde vivían los adoradores de la naturaleza. A esta tribu pertenecía AguaMarina, la mejor exploradora de la tribu de los Zaitsaced.

Cuando nació en una noche estrellada bajo la mirada de Praengh el protector, cuya alma descansa en la luna, los sabios sabían que su destino sería ser exploradora y dedicar su vida a la búsqueda del zafiro perdido.

AguaMarina cumplía ese otoño dieciocho años y Lomo Gris comenzaba a envejecer. Siempre había habido una exploradora del zafiro pero ahora era primordial encontrarlo, pues diferentes soldados de los pueblos lejanos habían llegado al poblado pidiendo ayuda, todos ansiaban la piedra para ganar la batalla. Era una gema poderosa, quien la poseyera gobernaría las aguas.

 Una tarde, recorriendo el sendero de un río, Lomo Gris comenzó a ladrar ciegamente y sin esperar a su compañera saltó al otro lado. Bajó la inclinada ladera empedrada, AguaMarina lo seguía con su mirada de halcón y pronto le dio alcance. Atravesaron la maleza, repleta de zarzas y hojarasca, formando heridas en su piel.
Escondido tras un entramado cañaveral descubrieron un enorme lago de aguas oscuras. En el líquido elemento brillaba la luna de su nacimiento, enorme y hermosa plata, y AguaMarina comprendió, recordando la vieja leyenda, que debía encontrar el zafiro y devolver la vida a los amantes. El océano y la luna se extrañaban.

Sintió algo en su interior que la provocó a zambullirse, buscando aquella gema, buscando el corazón azul de la deidad marina. Revolvía el fondo con ansiedad mientras se quedaba sin aliento. Lomo Gris aullaba pidiendo a la luna más luz, complaciéndole brilló como si de día fuera. AguaMarina pudo terminar su misión y arrastrándose hasta la orilla gritó, con el pedrusco en el puño:

– ¡Luna de argento! Te devuelvo a tu amante, disuelta en su sangre de lluvia te doy su corazón, que ahora sea ella quien te libere de la piedra que te encierra.

Y sin aire ni aliento ambos, lobo y muchacha, murieron. En gratitud, Emmargor le dio al lago el reflejo de los ojos de AguaMarina y desde entonces fue conocido como “El lago espejo”, mostrando a aquel que lograra encontrarlo la verdad dentro de su corazón con dudas. Y junto a él una enorme roca con forma de lobo aúlla a la luna, y su sombra espanta a todo aquel que sea impuro.

Las historias cuentan que en esa misma noche, muy lejos de allí, en las tierras del conflicto bélico, una forma humana apareció en los acantilados y una enorme ola limpió la tierra de todo el mal que la azotaba.

Si quieres conocer la leyenda de Emmargor y Praengh puedes leerla aquí: La Luna y el Océano

La Luna y el Océano.

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Al principio de los tiempos, cuando todos los espíritus caminaban sobre La Tierra con forma humana, existió un amor tan grande como el universo, el de Praengh y su amada, la hermosa Emmargor.

Emmargor era el espíritu de las aguas, y gustaba de peinar sus cabellos junto algún río y todos los peces estaban enamorados de sus ojos aguamarina, del brillo de su piel, como si miles de minúsculas gotitas la hubieran salpicado, enamorados de sus cantos de sirena.

Pero el corazón de Emmargor pertenecía a Praengh, el cuidador de la vida. Praengh recorría todos los días la totalidad de la superficie terrestre para asegurarse de que todos los seres vivían felices y en paz, por eso ninguno de ellos sentía envidia por el amor que Emmargor profesaba hacia él.

Excepto Kresgor, el espíritu del fuego, fuerte, rencoroso, enamorado del espíritu del mar y anhelaba poder tocarla, envidiando a Praengh por esta razón.

Un día Kresgor llamó a Emmargor para que se acercara a sus tierras, al lugar donde el fuego brotaba del suelo, el hogar de los volcanes. Cuando ella quiso darse cuenta del calor que aquella zona desprendía fue demasiado tarde y su cuerpo se fue deshaciendo lentamente, hasta que al final sólo era agua.

Cuando Praengh volvió aquella noche descubrió el mar y reconoció el brillo de los ojos de Emmargor.

Tan apenado quedó que comenzó a descuidar los seres del planeta, olvidándose de su cometido porque sólo podía pensar en su amada. Así que los otros espíritus encerraron el alma de Praengh en una esfera de roca y la lanzaron al cielo, y desde allí observa Praengh a su amada sin poder tocarla siquiera.

«…desde allí la observa en toda su extensión»