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Disfrutar la vida

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Ya es el último día de este año tan espectacular, que ha tenido momentos malos y momentos buenos, pero yo prefiero quedarme con los buenos porque así la vida se vive más feliz 🙂

El momento que más destaco de este año es que ya terminé la carrera, ya soy una señorita diplomada en magisterio infantil, y aún recuerdo cuando tenía 17 años y terminaba bachillerato, pensando que jamás llegaría a eso y ahora: ¡ESTOY DIPLOMADA!

Quiero dar las gracias a todas las personas que me han acompañado en el trayecto de mi vida, a los que han llegado, a los que se han ido, a los que han vuelto… Esto parece el anuncio de coca-cola. También doy las gracias a todos los que visitan cada día mi blog, son los que hacen que escribir tenga sentido.

Como no se me dan muy bien las cartas, les dejo aquí un cuentito de los míos como regalo, a ver qué les parece:

mujeraguila

El águila de Poniente

En las tierras de las altas montañas y picos nevados, en esos lugares donde la niebla se extiende como un gran mar y el viento la mece como mece las olas, en una zona donde el hombre y las especies convivían y sobrevivían, habitaba en un poblado Kayla, una joven de tez morena y cabellos oscuros como la noche pero con ojos grises brillantes como la luz en la nieve.

Kayla era grácil como una pluma e inteligente como su abuelo, el sabio Leknlos, muerto hace tiempo, y sería dentro de poco, la guía de su tribu, pues así lo habían decidido los espíritus de las montañas.

Estos espíritus no eran como otros, que se comunicaban a través de huesos, sangre u otros artilugios. Los espíritus se comunicaban de forma directa con los sabios, siguiendo el camino que su animal guía le marcaba. Su abuelo siempre le decía a Kayla: -Tu guía será el águila, lo verás Kayla, verás cómo llegará a través de las nubes.

Pero Kayla no lo creía, sabía que las águilas habían abandonado ese inhóspito lugar hacía tiempo, hacía años, antes incluso de que Leknlos naciera. Le preocupaba no ser una buena guía para su gente, no ser tan sabia como su abuelo.

Por fin llegó la luna nueva, la oscuridad más absoluta y comenzó la búsqueda de su espíritu guía. Buscó lagartijas, lobos, íbices, halcones… Ningún ser viviente salvo ella parecía estar vivo en el mundo. Todo era silencio, oscuridad, soledad. Pasaban las horas y su preocupación aumentaba. No encontraría un águila, de eso estaba segura, pero tenía que seguir intentándolo aunque ya no le quedaran fuerzas.

Pasaron siete días, en los que descubrió hermosas grutas de hielo, lagos congelados parecidos a enormes espejos del cielo, nuevos horizontes por los que el sol se escurría cada atardecer. Pero ningún animal salió a su paso, mucho menos un águila.

Kayla estaba desesperada, pronto la luna volvería a ser completa y tendría que volver al poblado. Sin un guía el poblado estaría perdido, significaría que los espíritus les habían abandonado. Sin la protección de los espíritus, se podían dar por muertos, no es fácil sobrevivir en un lugar donde el frío cala los huesos y la humedad enfría las prendas, un lugar donde escasea el alimento y el fuego, donde el sol no es sino una esfera brillante cuyo reflejo en la nieve les ciega al bajar la vista a un frío y blanco suelo.

No dejaría que eso ocurriera, los espíritus no les habían abandonado, solo la estaban retando mental y físicamente, así demostraría que sería una buena guía. Así lo creía ella.

Pasó la noche en una cueva abandonada por algún oso ¿habían abandonado aquellas tierras también los osos? Carne de íbice, caldo de íbice, íbice tostado a la piedra… Cansada del mismo alimento y ahora lo echaba de menos. Tenía hambre ¿cuántos días llevaba sin comer? Había perdido la cuenta.

Se quedó dormida pensando en el calor de su cabaña mientras se tapaba los pies con su manta de piel. No encontró madera y por lo tanto, no habría fuego esa noche. El sol entró como un torrente a través del hueco en aquella escabrosa montaña, Kayla despertó sobresaltada, cegada por la luz mañanera del sol que parecía que le gritaba desde fuera: ¡despierta, despierta, despierta!

Enrolló la estela de piel y la metió en su mochila. Estaba enfadada por no haber comido, por haber pasado frío, por no encontrar a su animal guía, por el sol que la despertó… habría preferido seguir durmiendo, dormir y no despertar nunca. En una semana tendría que volver a su poblado y contarles que no sería la guía, no habría guía.

Se colocó en la entrada de la cueva para estirar sus músculos antes de comenzar a andar, inclinó la cabeza hacia atrás y estiró los brazos, y en el techo de la cueva vio el reflejo de una luz, del tamaño de su puño. Se giró rápidamente, pues su curiosidad quería que buscara aquel hueco en la pared. Se adentró en la cueva, cada vez más profunda, cada vez más estrecha.

Había humedad allí dentro, las estalactitas goteaban agua fresca. Llenó su odre con aquel agua tan pura. Siguió adentrándose y una hora después consiguió descubrir a lo lejos el otro lado de la cueva, y una tenue luna creciente que desaparecía en la mañana.

Salió de la montaña y descubrió una próvida llanura de verde hierba. El aire olía a fresco. El aire era cálido. El aire era una suave manta que la rodeaba de vida, calor y aromas nuevos. Estaba muy lejos de su poblado, se dio cuenta que durante la noche, caminando sin rumbo, se había dirigido muy al sur, al otro lado de las montañas nevadas.

Escuchó un chillido nuevo para ella, pero que ya había oído en sus sueños. Aquello no era un sueño, era real y tenía que descubrir quién era el autor de aquel sonido. Se alejó de las montañas, se quitó sus botas de piel y corrió descalza sobre la hierba, la sensación era placentera.

Una sombra tapó momentáneamente el sol, una y otra vez, y escuchó de nuevo el chillido a lo lejos. Miró al cielo, ya era mediodía. Bajó la vista, cegada por la lumbre natural. Escuchó de nuevo el chillido detrás de ella. Se giró. Era un águila.

Un hermoso águila surcaba el cielo con total naturalidad, llevado por las corrientes de aire. Era real. Era su guía.

Una voz atravesó su mente y se hizo parte de ella instantáneamente, como si hubiesen nacido en el mismo cuerpo, unidos desde siempre. El águila le habló de sus tierras, de cómo las águilas y otras criaturas las habían abandonado para vivir en las perennes llanuras y que el hombre debía seguir el mismo camino.

Y desde lo alto, el águila guió a Kayla a reencontrarse con su pueblo, y como sabia, como guía, como su jefa, los guió a las nuevas tierras. Una tierra próspera donde proliferaron y demostraron su confianza a los espíritus.

Así había sido siempre y así seguiría siendo.

FIN

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En fin, espero que les haya gustado, ya hacía tiempo que no inventaba ningún cuento así que me alegro de no haber perdido la práctica. Deseo a cualquiera que lea esto (y a los que no lo lean también) un año nuevo lleno de aventuras, esperanza, curro, mucho curro, dinero suficiente para salir adelante, ganas, más ganas, paciencia, un trabajo chulo y sobretodo mucha alegría.

Un saludo y por último, un temazo bueno bueno para empezar bien el año.

¡FELIZ AÑO NUEVO!

Plumas al viento

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Dicen que un clavo saca otro clavo, lo que no dicen es que a veces el segundo clavo se atasca y tampoco sale, o que los clavos dejan un hueco, una herida en tu memoria.

Daría mis alas por despegar una sola vez a tu lado.

Por mucho que pidas disculpas el hueco del clavo seguirá ahí y aunque rellenes ese hueco, nunca será lo mismo. Quedan rendijas, sellos, marcas de que hubo una herida, y tú lo sabes. Sabes que hubo un clavo, que hubo otro clavo, que ambos dejaron su seña y que tú nunca volverás a ser el mismo porque no hay forma de invertir lo que ya está hecho.

Siempre es posible que vuelvas a ser feliz y que, por momentos, te olvides de aquel primer clavo, e incluso del segundo clavo, pero el recuerdo permanece en la memoria y no se irá. Por eso depende de nosotros, depende de ti, que el recuerdo de esas heridas no te afecten. Ser feliz depende sólo de ti.

Aquí dejo un texto para reflexionar.

El saco de plumas

Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado.

Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo:

«Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?»,
a lo que el hombre respondió: «Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas».

El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. 

Volvió donde el sabio y le dijo: «Ya he terminado», a lo que el sabio contestó: «Esa es la parte más fácil.Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste.

Sal a la calle y búscalas». 

El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna.

Al volver, el hombre sabio le dijo:»Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste».

«Cometer errores es de humanos y de sabios pedir perdón»