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Dolorida

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En lo alto de una montaña, cuyo pico cayó hace tiempo, detrás de un mar de nubes, donde siempre azota el viento, un pueblo pequeño se alza, no mucho más que el tiempo, bajo las inclemencias del cielo. Dolorida no siempre fue llamada así, aunque su primer nombre ya no recuerdo, pero debe su lamento a una historia confusa.
Eran tiempos de dragones y el pueblo aguantaba el fuego gracias a una gran torre de roca gris y fuerte, que como una atalaya se alzaba en la montaña y cubría al pueblo de cualquier tormenta y tormento. Se hizo el más famoso, parecía que nunca caería, sus comercios siempre llenos y sus caminos cubiertos, propiciaban el ir y venir de viajeros.
No se sabe si fue el viento o el simple pasar del tiempo, unos cuentan que una bestia de fauces enormes que sopló, pero lo cierto es que la gran atalaya cayó, Dolorida quedó al descubierto, pues pronto se le pondría ese nombre a un pueblo que en decadencia quedó cuando dragones, ladrones y tormentas a cientos comenzaron a azotar la grandeza de aquel lugar, convirtiéndolo en lo que ahora conocemos.
Por eso se oculta la gente, en sus pequeñas ruinosas casas, ya no pasan los viajeros, como paseaban antes por sus calles. Ahora el pueblo menguante, cubre la llana tapa de una montaña llana, sin pico y con una historia decepcionante.

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Corazón de León

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¿Les he dicho ya que estoy enamorada de ‘Of Monsters and Men’, basándome en una de sus canciones he hecho este cuento, porque la escuchaba y pensaba en esta historia, imaginaba como un rey y su Lionheart se unían y separaban por culpa del infortunio.

Corazón de León

Hay amantes que cantan halagos a través de una lira, otros que se miran y embelesan en las alturas de un balcón y también hay amantes que, por pena o por fortuna, mueren a causa de su amor.

El verano fue angosto, la guerra había llegado, el Rey reclamaba la soberanía de las tierras del norte, donde se alzaba valiente el pueblo de los Leones. Sus cabelleras siempre ondeando al viento, sus armas afiladas, su fuerza daba terror.

Lina era la guía de aquel pueblo libre y su corazón era frío como el hielo, sus manos fuertes como ramas y su voz era más tenaz que el rugido de un león. Encabezaba la marcha, ésta sería la decisiva, pues muchos hombres habían caído ya de ambos bandos, el destino de los pueblos se decidiría en esa batalla.

Había sido una guerra de muchos años, muchos años de muerte y muchas muertes de inocentes, y quién comenzó aquella contienda.

Veinte años atrás León Borngrab, el nacido entre los rugidos de la noche, hijo del honorable Rey Meildton desertó de su posición y amenazó al Rey, su hermano menor Meildton II. Llevaba en las venas la sangre de su madre, Lenora la dama del sur, conocida en muchos reinos no sólo por su hermosura sino también por el brío de sus actos y sus palabras, defendía su condición como defendía a su pueblo.

Lina era su vivo retrato, hermosura y bravura en un mismo cuerpo, pero el corazón se hace débil si alguien consigue alcanzarlo. La compañía se estableció ante las puertas de la ciudadela, al amanecer la guardia real abriría sus puertas y atacaría al pueblo libre, comenzaría el fin de la gran guerra: morirían hombres libres y valientes o soldados nobles leales a su rey.

Por la noche, mientras todos dormían, el capitán de la guardia, hijo adoptivo del rey, se escabulló a través de la muralla hacia la playa, donde se encontraría con su amada. Recordó a aquel que desertó de su posición, el instigador de esa guerra, pero quién puede resistirse a los designios del corazón. Había sido un hijo tierno, un capitán compasivo y un soldado virtuoso, pero era también un amante en la sombra, un amante prohibido, un amante prófugo, un traidor.

Allí estaba ella, con su melena al viento, sus pies en la orilla del mar, la blanca espuma empapando los bajos de su falda rala. Vestida de doncella no parecía un guerrero, debían matarse y eso lo sabían pero de noche se amaban, sólo la luz de la luna los protegía.

Se abrazaron y entre suspiros escuchó de sus labios la trayectoria que su amor tomaría: Yo soy y el león y tú eres la distancia entre mi presa y yo. Antes de besarse, antes de separarse, antes del amanecer y la muerte, él contesto: Yo soy un Rey y tú un Corazón de León.

Salió el sol como un torrente, bañó de luz el campo de batalla y antes de que se alzara al mediodía, el pueblo libre de hombres como leones se alzó vencedor. El capitán y futuro rey murió a manos de Lina, que sería proclamada auténtica reina, heredera de Lenora, desposada con Meildton, de aquel territorio.

Pero la joven reina murió, no por envenenamiento ni tampoco por lesión, fue su corazón de león la que la llevó a su perdición. Esperó a la noche, a la última luna de su amor y bajo la protección del astro lunar se lanzó al vacío, desde un acantilado al mar.

Había matado a su amado, que era a la vez su adversario. Él sujetó su mano, clavó la daga de ella en el estómago y murió para que ella triunfara. Se unieron de la peor forma pensada, de nada sirvió la batalla pues los que serían reyes estaban ahora, en su tumba de agua salada.

Tú eres mi Rey y yo tu Corazón de León -fueron sus últimas palabras.

Disfrutar la vida

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Ya es el último día de este año tan espectacular, que ha tenido momentos malos y momentos buenos, pero yo prefiero quedarme con los buenos porque así la vida se vive más feliz 🙂

El momento que más destaco de este año es que ya terminé la carrera, ya soy una señorita diplomada en magisterio infantil, y aún recuerdo cuando tenía 17 años y terminaba bachillerato, pensando que jamás llegaría a eso y ahora: ¡ESTOY DIPLOMADA!

Quiero dar las gracias a todas las personas que me han acompañado en el trayecto de mi vida, a los que han llegado, a los que se han ido, a los que han vuelto… Esto parece el anuncio de coca-cola. También doy las gracias a todos los que visitan cada día mi blog, son los que hacen que escribir tenga sentido.

Como no se me dan muy bien las cartas, les dejo aquí un cuentito de los míos como regalo, a ver qué les parece:

mujeraguila

El águila de Poniente

En las tierras de las altas montañas y picos nevados, en esos lugares donde la niebla se extiende como un gran mar y el viento la mece como mece las olas, en una zona donde el hombre y las especies convivían y sobrevivían, habitaba en un poblado Kayla, una joven de tez morena y cabellos oscuros como la noche pero con ojos grises brillantes como la luz en la nieve.

Kayla era grácil como una pluma e inteligente como su abuelo, el sabio Leknlos, muerto hace tiempo, y sería dentro de poco, la guía de su tribu, pues así lo habían decidido los espíritus de las montañas.

Estos espíritus no eran como otros, que se comunicaban a través de huesos, sangre u otros artilugios. Los espíritus se comunicaban de forma directa con los sabios, siguiendo el camino que su animal guía le marcaba. Su abuelo siempre le decía a Kayla: -Tu guía será el águila, lo verás Kayla, verás cómo llegará a través de las nubes.

Pero Kayla no lo creía, sabía que las águilas habían abandonado ese inhóspito lugar hacía tiempo, hacía años, antes incluso de que Leknlos naciera. Le preocupaba no ser una buena guía para su gente, no ser tan sabia como su abuelo.

Por fin llegó la luna nueva, la oscuridad más absoluta y comenzó la búsqueda de su espíritu guía. Buscó lagartijas, lobos, íbices, halcones… Ningún ser viviente salvo ella parecía estar vivo en el mundo. Todo era silencio, oscuridad, soledad. Pasaban las horas y su preocupación aumentaba. No encontraría un águila, de eso estaba segura, pero tenía que seguir intentándolo aunque ya no le quedaran fuerzas.

Pasaron siete días, en los que descubrió hermosas grutas de hielo, lagos congelados parecidos a enormes espejos del cielo, nuevos horizontes por los que el sol se escurría cada atardecer. Pero ningún animal salió a su paso, mucho menos un águila.

Kayla estaba desesperada, pronto la luna volvería a ser completa y tendría que volver al poblado. Sin un guía el poblado estaría perdido, significaría que los espíritus les habían abandonado. Sin la protección de los espíritus, se podían dar por muertos, no es fácil sobrevivir en un lugar donde el frío cala los huesos y la humedad enfría las prendas, un lugar donde escasea el alimento y el fuego, donde el sol no es sino una esfera brillante cuyo reflejo en la nieve les ciega al bajar la vista a un frío y blanco suelo.

No dejaría que eso ocurriera, los espíritus no les habían abandonado, solo la estaban retando mental y físicamente, así demostraría que sería una buena guía. Así lo creía ella.

Pasó la noche en una cueva abandonada por algún oso ¿habían abandonado aquellas tierras también los osos? Carne de íbice, caldo de íbice, íbice tostado a la piedra… Cansada del mismo alimento y ahora lo echaba de menos. Tenía hambre ¿cuántos días llevaba sin comer? Había perdido la cuenta.

Se quedó dormida pensando en el calor de su cabaña mientras se tapaba los pies con su manta de piel. No encontró madera y por lo tanto, no habría fuego esa noche. El sol entró como un torrente a través del hueco en aquella escabrosa montaña, Kayla despertó sobresaltada, cegada por la luz mañanera del sol que parecía que le gritaba desde fuera: ¡despierta, despierta, despierta!

Enrolló la estela de piel y la metió en su mochila. Estaba enfadada por no haber comido, por haber pasado frío, por no encontrar a su animal guía, por el sol que la despertó… habría preferido seguir durmiendo, dormir y no despertar nunca. En una semana tendría que volver a su poblado y contarles que no sería la guía, no habría guía.

Se colocó en la entrada de la cueva para estirar sus músculos antes de comenzar a andar, inclinó la cabeza hacia atrás y estiró los brazos, y en el techo de la cueva vio el reflejo de una luz, del tamaño de su puño. Se giró rápidamente, pues su curiosidad quería que buscara aquel hueco en la pared. Se adentró en la cueva, cada vez más profunda, cada vez más estrecha.

Había humedad allí dentro, las estalactitas goteaban agua fresca. Llenó su odre con aquel agua tan pura. Siguió adentrándose y una hora después consiguió descubrir a lo lejos el otro lado de la cueva, y una tenue luna creciente que desaparecía en la mañana.

Salió de la montaña y descubrió una próvida llanura de verde hierba. El aire olía a fresco. El aire era cálido. El aire era una suave manta que la rodeaba de vida, calor y aromas nuevos. Estaba muy lejos de su poblado, se dio cuenta que durante la noche, caminando sin rumbo, se había dirigido muy al sur, al otro lado de las montañas nevadas.

Escuchó un chillido nuevo para ella, pero que ya había oído en sus sueños. Aquello no era un sueño, era real y tenía que descubrir quién era el autor de aquel sonido. Se alejó de las montañas, se quitó sus botas de piel y corrió descalza sobre la hierba, la sensación era placentera.

Una sombra tapó momentáneamente el sol, una y otra vez, y escuchó de nuevo el chillido a lo lejos. Miró al cielo, ya era mediodía. Bajó la vista, cegada por la lumbre natural. Escuchó de nuevo el chillido detrás de ella. Se giró. Era un águila.

Un hermoso águila surcaba el cielo con total naturalidad, llevado por las corrientes de aire. Era real. Era su guía.

Una voz atravesó su mente y se hizo parte de ella instantáneamente, como si hubiesen nacido en el mismo cuerpo, unidos desde siempre. El águila le habló de sus tierras, de cómo las águilas y otras criaturas las habían abandonado para vivir en las perennes llanuras y que el hombre debía seguir el mismo camino.

Y desde lo alto, el águila guió a Kayla a reencontrarse con su pueblo, y como sabia, como guía, como su jefa, los guió a las nuevas tierras. Una tierra próspera donde proliferaron y demostraron su confianza a los espíritus.

Así había sido siempre y así seguiría siendo.

FIN

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En fin, espero que les haya gustado, ya hacía tiempo que no inventaba ningún cuento así que me alegro de no haber perdido la práctica. Deseo a cualquiera que lea esto (y a los que no lo lean también) un año nuevo lleno de aventuras, esperanza, curro, mucho curro, dinero suficiente para salir adelante, ganas, más ganas, paciencia, un trabajo chulo y sobretodo mucha alegría.

Un saludo y por último, un temazo bueno bueno para empezar bien el año.

¡FELIZ AÑO NUEVO!