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Corazón de León

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¿Les he dicho ya que estoy enamorada de ‘Of Monsters and Men’, basándome en una de sus canciones he hecho este cuento, porque la escuchaba y pensaba en esta historia, imaginaba como un rey y su Lionheart se unían y separaban por culpa del infortunio.

Corazón de León

Hay amantes que cantan halagos a través de una lira, otros que se miran y embelesan en las alturas de un balcón y también hay amantes que, por pena o por fortuna, mueren a causa de su amor.

El verano fue angosto, la guerra había llegado, el Rey reclamaba la soberanía de las tierras del norte, donde se alzaba valiente el pueblo de los Leones. Sus cabelleras siempre ondeando al viento, sus armas afiladas, su fuerza daba terror.

Lina era la guía de aquel pueblo libre y su corazón era frío como el hielo, sus manos fuertes como ramas y su voz era más tenaz que el rugido de un león. Encabezaba la marcha, ésta sería la decisiva, pues muchos hombres habían caído ya de ambos bandos, el destino de los pueblos se decidiría en esa batalla.

Había sido una guerra de muchos años, muchos años de muerte y muchas muertes de inocentes, y quién comenzó aquella contienda.

Veinte años atrás León Borngrab, el nacido entre los rugidos de la noche, hijo del honorable Rey Meildton desertó de su posición y amenazó al Rey, su hermano menor Meildton II. Llevaba en las venas la sangre de su madre, Lenora la dama del sur, conocida en muchos reinos no sólo por su hermosura sino también por el brío de sus actos y sus palabras, defendía su condición como defendía a su pueblo.

Lina era su vivo retrato, hermosura y bravura en un mismo cuerpo, pero el corazón se hace débil si alguien consigue alcanzarlo. La compañía se estableció ante las puertas de la ciudadela, al amanecer la guardia real abriría sus puertas y atacaría al pueblo libre, comenzaría el fin de la gran guerra: morirían hombres libres y valientes o soldados nobles leales a su rey.

Por la noche, mientras todos dormían, el capitán de la guardia, hijo adoptivo del rey, se escabulló a través de la muralla hacia la playa, donde se encontraría con su amada. Recordó a aquel que desertó de su posición, el instigador de esa guerra, pero quién puede resistirse a los designios del corazón. Había sido un hijo tierno, un capitán compasivo y un soldado virtuoso, pero era también un amante en la sombra, un amante prohibido, un amante prófugo, un traidor.

Allí estaba ella, con su melena al viento, sus pies en la orilla del mar, la blanca espuma empapando los bajos de su falda rala. Vestida de doncella no parecía un guerrero, debían matarse y eso lo sabían pero de noche se amaban, sólo la luz de la luna los protegía.

Se abrazaron y entre suspiros escuchó de sus labios la trayectoria que su amor tomaría: Yo soy y el león y tú eres la distancia entre mi presa y yo. Antes de besarse, antes de separarse, antes del amanecer y la muerte, él contesto: Yo soy un Rey y tú un Corazón de León.

Salió el sol como un torrente, bañó de luz el campo de batalla y antes de que se alzara al mediodía, el pueblo libre de hombres como leones se alzó vencedor. El capitán y futuro rey murió a manos de Lina, que sería proclamada auténtica reina, heredera de Lenora, desposada con Meildton, de aquel territorio.

Pero la joven reina murió, no por envenenamiento ni tampoco por lesión, fue su corazón de león la que la llevó a su perdición. Esperó a la noche, a la última luna de su amor y bajo la protección del astro lunar se lanzó al vacío, desde un acantilado al mar.

Había matado a su amado, que era a la vez su adversario. Él sujetó su mano, clavó la daga de ella en el estómago y murió para que ella triunfara. Se unieron de la peor forma pensada, de nada sirvió la batalla pues los que serían reyes estaban ahora, en su tumba de agua salada.

Tú eres mi Rey y yo tu Corazón de León -fueron sus últimas palabras.

Princesa de las Flores

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                 La princesa Anna vivía feliz en su castillo de piedra marmolada, hasta que un día las flores de los jardines comenzaron a secarse y a fallecer, algo realmente extraño pues se encontraban en plena primavera. Aunque lo verdaderamente extraño es que los pinos del bosque circundante también empezaron a morir y sus troncos se volvieron grises y apagados, ya no había vida alrededor, el palacio estaba rodeado de muerte y tristeza.

                Como los ganados ya no tenían de qué alimentarse, pronto la gente del pueblo también empezó a marcharse y el lugar se convirtió en una ciudad fantasma, ya nadie había en aquel reino que quisiera seguir allí. Algunos decían que la tierra estaba maldita.

                Como ya no tenían súbditos a los que gobernar, el rey y su princesita decidieron marcharse a otras tierras, cruzando la frontera al país colindante, con los que había buenas relaciones, esperando ser bienvenidos y poder quedarse allí hasta que Anna estuviera en edad casadera.

                El camino fue duro, caluroso y aburrido, no se encontraron ningún caminante, ni siquiera ladrones que quisieran asaltar el carruaje. Y cuan grande fue la sorpresa cuando al llegar, el paisaje estaba tan desolado como su mismo reino. Ni una brizna de hierba se abría paso entre la tierra seca y rasgada por el sol, incluso las piedras parecían más muertas y frías de lo normal.

                Los pocos guardias que seguían bajo la tutela del rey comenzaron a pensar que era él mismo y su sucesora los que estaban malditos, así que por la noche, cuando éstos dormían, se fueron lejos, donde la maldición no les alcanzase, llevándose los caballos y algunas provisiones.

                Perdidos como estaban y habiendo sido siempre servidos por sus vasallos, el monarca maldito y su heredera comenzaron un duro viaje a través de inclementes caminos, donde los ríos sólo eran un fino hilillo entre polvoriento suelo, y eso cuando el agua no era negra y turbia, negándose a beberla.

                Pronto, las fuerzas del anciano rey comenzaron a hacer mella en su aliento, y tenían que descansar cada cierto tiempo. La princesa Anna notó que sus manos se llenaban de callosidades por rebuscar en el suelo alguna baya o raíz que llevarse a la boca, y que su vestido estaba sucio y raído, ya no parecía una princesa.

                Como se pronosticaba, el rey falleció agotado, hambriento y sediento, y Anna pronosticaba su triste final si debía continuar el camino sola y desprotegida.

                Quedose allí sentada, sollozando durante tres largos días, bajo las inclemencias del tiempo, que terminaron de llevarse el poco brillo de su hidalga belleza. Contra todo pronóstico, el tiempo mejoró a lo largo del día, al borde del camino empezaron a surgir plantas, escuchó a lo lejos un riachuelo y el cielo recuperó su color celeste vibrante.

                Sintió una cálida sensación y se quedó dormida, pero cuando despertó, todo volvía a ser un desierto de muerte. Aturdida se levantó rápidamente y comenzó a buscar alguna señal de lo que había visto y oído: una flor, un charco, aun fuese un cuervo también.

                Algo la golpeó y volvió a sumirse en un profundo sueño.

              Despertó en un frondoso bosque, escuchaba cerca una cascada y pájaros que cantaban, notaba la hierba bajo su cuerpo y algunos rayos de sol que atravesaban la espesura. Pensó que habría muerto.

            Se incorporó y tenía fuerzas, el estómago lleno, un vestido nuevo y precioso, y su cabello estaba recogido en dos trenzas con cintas de colores. Confusa buscó alguien que le explicara lo que había pasado. Vio un caballo blanco de crines leonadas pastando cerca de un esplendoroso barbusano, su grandeza deslizó su mirada hacia la copa del árbol y entonces escuchó una voz agradable y ligera, como una brisa de verano.

             – Perdóname por hacerte daño, pero creí que sería más sencillo para ti aceptar el cambio de ambiente si despertabas de un desmayo.

                Anna volvió la vista al frente, miró a su alrededor, no había nadie, sólo el caballo la miraba fijamente.

                – No te asustes Anna, soy lo que estabas buscando, muchos sacrificios eran necesarios para que al fin pudiéramos encontrarnos. Estábamos  predestinados ¿lo sabías?

                Pensó que la falta de comida y bebida la habían vuelto demente, así que pensó que lo ideal sería comportarse como tal. Se remangó las faldas del vestido hasta las rodillas, se montó en el caballo y apretó los riñones del animal con sus pies.

                – ¡Eh princesa, no seáis descortés! Si deseabais montar, sólo teníais que pedirlo.

              Esa voz estaba en su mente y parecía ciertamente venir del caballo. Nuevamente oprimió los riñones del equino, sujetó su crin y las movió fuertemente conforme decía “arre”. La cabalgadura se encabritó haciéndola caer de trasero al suelo.

                   – ¡Ya está bien princesa! Si queréis decirme algo, usad vuestra mente o ¿el hambre os ha vuelto ignorante también?

              Anna entendió que, aunque fantasioso, lo que ocurría era muy real y tras una larga charla supo que aquel caballo blanco era un unicornio salvaje, de los pocos que no habían sido amuermados por el hombre para sus trabajos de granja, y que, desde que vino al mundo, la había estado buscando porque ella tenía el poder de imaginar las cosas más hermosas y él de hacerlas realidad, pero que no eran nada si no estaban juntos.

             Así que Anna imaginó su reino próspero de nuevo y a su padre cabalgando junto a ella, imaginó también que los caballos ya no eran caballos, sino unicornios como su compañero y amigo, y que todos podían comunicarse de alguna forma especial con un solo humano, creando un vínculo similar al que ella tenía con Albo.

              De modo que el reino más maravilloso era el de Anna porque junto a Albo, crearon un camino de flores de todos los colores, para que encontraran refugio todos los que como ella, alguna vez en el camino se perdieran.