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Hoy la luna está escondida detrás de su halo de colores,

con llantos escondidos de los lobos esteparios

que en lejanas tierras habitan aullando a su reina de plata.

Como un fuego que no quema o una luz que no brilla,

el amarillo se mezcla con el naranja

y hacen que la piedra de la noche se alce en el cielo como estrella singular.

Crece lentamente cuando las personas duermen

y si al fin está completa comienza su mengua

y se esconde para siempre, mientras fieras gritan su nombre,

tras un negro manto con esferas de cobre.

luna

Luna creciente

El Origen

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¡Ya he vuelto! Poco a poco me voy poniendo al día con todo lo que tengo/quiero hacer y hoy me he puesto a escribir (a mano) en una libretita muy mona que me regalaron en mi pasado cumpleaños (el 26 de abril ¡que está cerca!) todos mis cuentos, en orden de «creación» porque no quiero que se pierdan en el olvido, será la única herencia que le podré dar a mis hijos, sobrinos, perros o gatos ¿quién sabe? pero tal como está la cosa… Mi mayor posesión es una línea de teléfono y una cuenta en facebook, dos blogs… alucinante ¿verdad?

En fin, que me voy por las ramas, que uno de esos cuentos lo escribí cuando estaba haciendo prácticas en el colegio, y tenía que enseñarle a los niños la diferencia entre animales salvajes y domésticos, y además tenía que dar algo de religión, porque era un colegio religioso. Pues yo de religión, tampoco entiendo mucho, porque como estudié en un colegio público (laico por tanto) y al no ser creyente, la biblia no me llama la atención nada, pues que no sabía que hacer. Y a esto se juntó que como el año anterior la clase había ido de excursión a una granja donde tenían un avestruz pues, el criterio «los animales domésticos son los que viven con el hombre» ya me lo echaban por tierra. Así fue, que uní la religión con la explicación de los animales salvajes y domésticos e hice este cuento.

A quien le sirva ¡estupendo! a quien no ¡a darle al coco!

El origen de los animales domésticos

Hace mucho tiempo, cuando Dios estaba creando las especies, es decir, a todos los animales que viven en la tierra, Adán, el primer hombre, le dijo a Dios:

– Señor, me encuentro solo, dame un amigo que me haga compañía.

Y Dios llamó al lobo salvaje que corría por el bosque y le dijo que hiciera llamar a su hermano manso, el perro, y lo domesticó para que viviera con el hombre.

Adán estuvo viviendo un tiempo con el perro, pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:

         – Señor, mi perro siente hambre y yo también, dame por favor, un animal que nos dé carne.

         Y Dios, bondadoso, acudió al ciervo, el alimento del lobo en el bosque, y el ciervo le envió a su hermana mansa, la cabra, y la domesticó para que viviera con el hombre y darle su carne.

       Adán pudo vivir un tiempo con su perro manteniéndose con la carne y la leche de la cabra, pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:

         – Señor, la carne de la cabra estaba sabrosa, pero necesito un animal más grande, mi perro y yo tenemos el hambre de un león.

         Dios, una vez más, acudió al león y le pidió un búfalo, la carne de la que él se alimentaba, viviendo salvaje en la sabana. En cambio, el león le ofreció a la vaca, que era mansa. Y Dios la domesticó para dársela a Adán.

         Adán y el perro vivieron juntos un tiempo, alimentándose de la carne y la leche que la cabra y la vaca le proporcionaban. Pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:

         – Señor, he cogido estos huevos de codorniz para alimentarme pero son muy pequeños y esta ave muy salvaje, por lo que rara vez me la encuentro.

         Y Dios hizo llamar a la gallina, que era un ave mayor que la codorniz, y la domesticó para que viviera con el hombre.

Adán pudo vivir mucho tiempo manteniéndose con la carne, la leche y los huevos de los animales que Dios había domesticado para él, pero un día llamó a Dios otra vez:

– Señor, he intentado domesticar al avestruz para que me dé huevos mayores que los de la gallina, pero si lo dejo libre desea escapar y no quedarse conmigo como la gallina.

Y Dios respondió:

– Claro Adán, he creado salvaje al avestruz y aunque tú lo domestiques para que viva contigo, siempre será salvaje en su interior.

– Pero Señor, -dijo Adán- he intentado domesticar a la serpiente para que viva conmigo pero si la dejo libre me intenta atacar.

Y Dios respondió:

– Claro Adán, he creado salvaje a la serpiente y aunque tú la domestiques para que viva contigo, siempre será salvaje en su interior.

– Pero Señor, -replicó Adán- he intentado domesticar al ave para que cante para mi pero si lo dejo libre, desea escapar.

Y Dios respondió:

-Claro Adán, he creado a las aves salvajes y aunque tú las encierres en jaulas, siempre serán salvajes en su interior.

Y Adán comprendió que Dios había domesticado muchos animales para él para que le hicieran la vida más fácil, como: el perro, la cabra, la vaca, la gallina… que necesitaban al hombre para que les diera cobijo y alimento.

         Pero también comprendió que había otros muchos animales que vivían felices siendo salvajes, sin el hombre, en los bosques, selvas, desiertos… y que aunque el hombre los atrapara y domesticase, seguirían siendo salvajes en su interior, como lo eran: el lobo, el león, el ciervo y todas las aves y los animales del mar.

FIN

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Ya después, como Adán estaba muy pesado, Dios creó a Eva y entonces lo dejó tranquilo jajaja ¿Terminamos con una canción? ¡Venga, alegría pa’l cuerpo!

 

Ninfas del Mar

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“Nuestra madre nos manda desde el fondo del amplio océano, su corazón,

para que concibamos a los hijos del Protector.

Si así vuestro deseo es, que así sea el nuestro también”.

Y sus voces sonaron tan dúctiles y apacibles que las tortugas marinas salieron del mar para admirarlas, y las aves callaron sus cantos para oírlas, y un lobo se asomó al acantilado para entonar su llanto.

El lobo solitario

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Hace mucho, en un reino donde habitaba la magia, vivía entre montañas un anciano solitario, que no albergaba en su corazón ningún sentimiento. Ninguna emoción albergaba su corazón, pues nunca jamás le hubieron enseñado alguno.

En un caseto de madera, tristemente decorado, con algunos pocos muebles y tan poca esperanza igualmente, el anciano cuidaba de su pequeño ganado y de algunos metros de tierra que pagaba al rey asiduamente.

No tenía habilidades especiales, no era experto en nada, sabía poco de muchas cosas. Lo único que bien hacía era sobrevivir en una montaña fría pero eso, y él lo sabía, no era vida.

Fue en una oscura y cruda noche que se quedó dormido mirando la fogata en su chimenea, cómo crepitaban las chispas, de un lado a otro, muy coquetas. Soñó  con el calor de una mujer, con la exquisitez de sus manos en su cuello rozar, con una familia cariñosa y un perro protector, que lo esperaba en la entrada.

Tan profundo fue su sueño que apenas notó como aquellas juguetonas cenizas, caían al suelo de madera, que pronto se extendía y lo envolvía en una tumba de ardoroso fuego.

Casi muere, es cierto, pero un venado golpeó con fuerza su puerta y dando coces se adentró en la cabaña de madera. El ruido despertó al anciano del ensueño que rápidamente se vio disipando las llamas. Lo ocurrido produjo heridas mortales en el ciervo, aunque el hombre, viejo, sufrió achaques en el pescuezo y tuvo que refrescarse el pecho.

Un venado herido era un buen aporte de alimento pero ¿cómo matar a quién lo había salvado? Así bien, curó al venado, le proporcionó agua y arropo en lo que quedaba de noche y por la mañana, dejando la puerta abierta, el ciervo volvió al bosque.

Aquella misma tarde, en una ronda matutina para recoger trufas y otros hongos, se apareció ante él aquel animal majestuoso, con heridas notables en su pelaje y astillada la cornamenta. Qué querrá el animal, que se presenta tan galante ante un posible atacante.

Las robustas patas se convirtieron en finas extremidades, las astas en cabello y el hocico de rumiante en cara de doncella.

Una voz fresca como una mañana de primavera se dirigió al viejo: ¿Acaso no sabéis anciano, a quién habéis salvado? Tenéis amable corazón aunque repudiéis de ello ¿qué puedo daros que esté en mi mano?

El hombre solitario así vivía porque él quería. Aunque nadie lo entendiese, él veía alrededor su mejor compañía: Todo cuanto pido, sino es deseo baldío, es quedarme en este bosque aún cuando la muerte me lleve. Si los años que poseo me los dieras de nuevo, nada me haría más feliz que ver en otras criaturas la familia que tanto he amado.

Así y para siempre, la ninfa del bosque convirtió al anciano en lobo, y le dio tantos años de vida como los que ya había vivido. Así pues, el anciano lobo protegía el bosque y todas las demás bestias. Si algo malo ocurriera, él estaba alerta y aullaba a la luna en señal de alarma.