¡Ya he vuelto! Poco a poco me voy poniendo al día con todo lo que tengo/quiero hacer y hoy me he puesto a escribir (a mano) en una libretita muy mona que me regalaron en mi pasado cumpleaños (el 26 de abril ¡que está cerca!) todos mis cuentos, en orden de «creación» porque no quiero que se pierdan en el olvido, será la única herencia que le podré dar a mis hijos, sobrinos, perros o gatos ¿quién sabe? pero tal como está la cosa… Mi mayor posesión es una línea de teléfono y una cuenta en facebook, dos blogs… alucinante ¿verdad?
En fin, que me voy por las ramas, que uno de esos cuentos lo escribí cuando estaba haciendo prácticas en el colegio, y tenía que enseñarle a los niños la diferencia entre animales salvajes y domésticos, y además tenía que dar algo de religión, porque era un colegio religioso. Pues yo de religión, tampoco entiendo mucho, porque como estudié en un colegio público (laico por tanto) y al no ser creyente, la biblia no me llama la atención nada, pues que no sabía que hacer. Y a esto se juntó que como el año anterior la clase había ido de excursión a una granja donde tenían un avestruz pues, el criterio «los animales domésticos son los que viven con el hombre» ya me lo echaban por tierra. Así fue, que uní la religión con la explicación de los animales salvajes y domésticos e hice este cuento.
A quien le sirva ¡estupendo! a quien no ¡a darle al coco!
El origen de los animales domésticos
Hace mucho tiempo, cuando Dios estaba creando las especies, es decir, a todos los animales que viven en la tierra, Adán, el primer hombre, le dijo a Dios:
– Señor, me encuentro solo, dame un amigo que me haga compañía.
Y Dios llamó al lobo salvaje que corría por el bosque y le dijo que hiciera llamar a su hermano manso, el perro, y lo domesticó para que viviera con el hombre.
Adán estuvo viviendo un tiempo con el perro, pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:
– Señor, mi perro siente hambre y yo también, dame por favor, un animal que nos dé carne.
Y Dios, bondadoso, acudió al ciervo, el alimento del lobo en el bosque, y el ciervo le envió a su hermana mansa, la cabra, y la domesticó para que viviera con el hombre y darle su carne.
Adán pudo vivir un tiempo con su perro manteniéndose con la carne y la leche de la cabra, pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:
– Señor, la carne de la cabra estaba sabrosa, pero necesito un animal más grande, mi perro y yo tenemos el hambre de un león.
Dios, una vez más, acudió al león y le pidió un búfalo, la carne de la que él se alimentaba, viviendo salvaje en la sabana. En cambio, el león le ofreció a la vaca, que era mansa. Y Dios la domesticó para dársela a Adán.
Adán y el perro vivieron juntos un tiempo, alimentándose de la carne y la leche que la cabra y la vaca le proporcionaban. Pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:
– Señor, he cogido estos huevos de codorniz para alimentarme pero son muy pequeños y esta ave muy salvaje, por lo que rara vez me la encuentro.
Y Dios hizo llamar a la gallina, que era un ave mayor que la codorniz, y la domesticó para que viviera con el hombre.
Adán pudo vivir mucho tiempo manteniéndose con la carne, la leche y los huevos de los animales que Dios había domesticado para él, pero un día llamó a Dios otra vez:
– Señor, he intentado domesticar al avestruz para que me dé huevos mayores que los de la gallina, pero si lo dejo libre desea escapar y no quedarse conmigo como la gallina.
Y Dios respondió:
– Claro Adán, he creado salvaje al avestruz y aunque tú lo domestiques para que viva contigo, siempre será salvaje en su interior.
– Pero Señor, -dijo Adán- he intentado domesticar a la serpiente para que viva conmigo pero si la dejo libre me intenta atacar.
Y Dios respondió:
– Claro Adán, he creado salvaje a la serpiente y aunque tú la domestiques para que viva contigo, siempre será salvaje en su interior.
– Pero Señor, -replicó Adán- he intentado domesticar al ave para que cante para mi pero si lo dejo libre, desea escapar.
Y Dios respondió:
-Claro Adán, he creado a las aves salvajes y aunque tú las encierres en jaulas, siempre serán salvajes en su interior.
Y Adán comprendió que Dios había domesticado muchos animales para él para que le hicieran la vida más fácil, como: el perro, la cabra, la vaca, la gallina… que necesitaban al hombre para que les diera cobijo y alimento.
Pero también comprendió que había otros muchos animales que vivían felices siendo salvajes, sin el hombre, en los bosques, selvas, desiertos… y que aunque el hombre los atrapara y domesticase, seguirían siendo salvajes en su interior, como lo eran: el lobo, el león, el ciervo y todas las aves y los animales del mar.
FIN
Ya después, como Adán estaba muy pesado, Dios creó a Eva y entonces lo dejó tranquilo jajaja ¿Terminamos con una canción? ¡Venga, alegría pa’l cuerpo!