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El Océano y la Luna

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La luna se había alzado plena esa noche. Brillante como una luz de plata que todo lo ilumina. El lobo había aullado hasta su último aliento mientras pedía al astro más día y aquella que nació para la búsqueda pereció al final de su recorrido.

La gema azul se había alzado en la noche, entre cañaverales húmedos y huecos, que tintinearon en la oscuridad con la melodía de lo lúgubre. Porque allí donde hubo muerte volvió la vida y el corazón de piedra se volvió blando de nuevo, los mares se alzaron y se convirtieron en una criatura viva.

La madre de los mares se irguió sobre dos piernas cálidas de espuma y se adentró en la tierra. Creó tsunamis, inundaciones y devastó todo lo que era malvado. La guerra que estaba acabando con la tierra llegaba a su fin. Ya no habría más ira.

El cuento contaba que la diosa de los mares había muerto a causa del fuego y que su amante se resguardó en la luna, pero esa noche la luna la correspondió y la atrajo tan fuertemente que la oceánide se estiró para abrazarlo, se tocaron y por un momento no hubo luz ni día, porque una gran ola se levantó en el cielo y lo cubrió todo. Después sólo quedó el alga marina y los barcos tierra adentro, destrozados.

Los árboles habían hablado, cuando las gentes escuchaban lo que decían, que ella era una elemental del agua y él no era nada, era todo: una sombra, un alma, un cuerpo, un suspiro, un fantasma. La primera criatura de los cuatro elementos. Un Protector.

AGUA

La arcilla que siente

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Mi vida puedo resumirla en tres partes. Yo no vivo los días, no vivo los años y aunque he vivido varios siglos, mi vida no se resume en centenarios, sino en momentos. Tres momentos que la marcaron.

La primera parte de mi vida comienza con mi nacimiento pero mi nacimiento no fue normal. No, eso sería desmasiado «normal». En mi mundo existen fuerzas que escapan del poder de los hombres y la desconocen pero cuando un humano pide un deseo con auténtico amor, el alma de la Luna despierta y lo concede. Así fue como, de una figurita de arcilla, nació mi hermana para después crearme a mi a su fiel imagen, de los trozos sobrantes de su creación.

Esa parte de mi vida transcurrió feliz junto a la madre que nos concibió en deseo y nos crió en cuerpo. Mi hermana y yo somos una, lo que ella piensa yo lo digo, pues ella es el cerebro de este cuerpo y yo la lengua de su boca. Después de felices 17 años mortales, mi madre envejeció y su compañero de vida nos vendió a otra criatura como él.

Los humanos los dividimos en dos especies: buenos y malos. Madre era buena. Pero aquél nos vendió a otro ser malvado, como él. Jamás nos sonrió, no sintió amor pero no me causaba dolor. Mi hermana pensaba «no es el importante» aunque yo no lo decía, pues madre entristecería. Ella amaba al hombre.

Así acabó la primera parte de mi vida, huyendo del que creyó comprarnos. Y de la necesidad nació la diferenciación. Como nuestro nacimiento no había sino normal, tampoco habría de serlo el resto. Y fue así como, hacia la mitad de mi vida, creció una prolongación de mi, de mi hermana, de ambas.

La mitad de mi vida transcurre en poco menos de dos horas. Era un gran lago, junto al hogar donde nací, de profundidad desconocida y aquel malvado ser que quiso apoderarse de nosotras murió. Cuando un deseo de Luna se cumple, sólo ella puede destruirlo.

La última parte de mi vida no tiene final. El alma astral que duerme en la luna nos concedió un solo alma, dos cuerpos y una vida pero no la muerte. En aquel lago, donde antes había piernas apareció una cola de pez y donde hubo aire apareció la asfixia y hubo muerte.

No lloré, no hablé, no pensé porque mi hermana lo observaba y no sintió. No, las sirenas no sienten. La arcilla no siente.

Se nos fue concedida la vida eterna, hasta que el alma de nuevo despierte y nos lleve, entonces seremos de nuevo tierra y agua, una masa, no más. Pero mientras cantaré los lamentos de dos corazones que ven en las estrellas los ojos de la madre que las crió y a su lado duerme, el alma eterna de la Luna.

las hermanas de arcilla

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Hoy la luna está escondida detrás de su halo de colores,

con llantos escondidos de los lobos esteparios

que en lejanas tierras habitan aullando a su reina de plata.

Como un fuego que no quema o una luz que no brilla,

el amarillo se mezcla con el naranja

y hacen que la piedra de la noche se alce en el cielo como estrella singular.

Crece lentamente cuando las personas duermen

y si al fin está completa comienza su mengua

y se esconde para siempre, mientras fieras gritan su nombre,

tras un negro manto con esferas de cobre.

luna

Luna creciente

AguaMarina

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Lobo y Yo

Ágil como el viento atravesaba la espesura, saltando con piernas fuertes entre las escarpadas laderas, y a su lado tenía siempre a Lomo Gris, el lobo solitario. Juntos eran incansables, recorrían cada día los rincones del bosque de secuoyas buscando la joya perdida, el zafiro de Emmargor.

Su misión era encontrar la gema para devolver al espíritu su forma corpórea y así, gobernar las aguas desde la tierra. Pero la gran guerra comenzaba a extenderse más allá de la llanura nevada, donde vivían los adoradores de la naturaleza. A esta tribu pertenecía AguaMarina, la mejor exploradora de la tribu de los Zaitsaced.

Cuando nació en una noche estrellada bajo la mirada de Praengh el protector, cuya alma descansa en la luna, los sabios sabían que su destino sería ser exploradora y dedicar su vida a la búsqueda del zafiro perdido.

AguaMarina cumplía ese otoño dieciocho años y Lomo Gris comenzaba a envejecer. Siempre había habido una exploradora del zafiro pero ahora era primordial encontrarlo, pues diferentes soldados de los pueblos lejanos habían llegado al poblado pidiendo ayuda, todos ansiaban la piedra para ganar la batalla. Era una gema poderosa, quien la poseyera gobernaría las aguas.

 Una tarde, recorriendo el sendero de un río, Lomo Gris comenzó a ladrar ciegamente y sin esperar a su compañera saltó al otro lado. Bajó la inclinada ladera empedrada, AguaMarina lo seguía con su mirada de halcón y pronto le dio alcance. Atravesaron la maleza, repleta de zarzas y hojarasca, formando heridas en su piel.
Escondido tras un entramado cañaveral descubrieron un enorme lago de aguas oscuras. En el líquido elemento brillaba la luna de su nacimiento, enorme y hermosa plata, y AguaMarina comprendió, recordando la vieja leyenda, que debía encontrar el zafiro y devolver la vida a los amantes. El océano y la luna se extrañaban.

Sintió algo en su interior que la provocó a zambullirse, buscando aquella gema, buscando el corazón azul de la deidad marina. Revolvía el fondo con ansiedad mientras se quedaba sin aliento. Lomo Gris aullaba pidiendo a la luna más luz, complaciéndole brilló como si de día fuera. AguaMarina pudo terminar su misión y arrastrándose hasta la orilla gritó, con el pedrusco en el puño:

– ¡Luna de argento! Te devuelvo a tu amante, disuelta en su sangre de lluvia te doy su corazón, que ahora sea ella quien te libere de la piedra que te encierra.

Y sin aire ni aliento ambos, lobo y muchacha, murieron. En gratitud, Emmargor le dio al lago el reflejo de los ojos de AguaMarina y desde entonces fue conocido como “El lago espejo”, mostrando a aquel que lograra encontrarlo la verdad dentro de su corazón con dudas. Y junto a él una enorme roca con forma de lobo aúlla a la luna, y su sombra espanta a todo aquel que sea impuro.

Las historias cuentan que en esa misma noche, muy lejos de allí, en las tierras del conflicto bélico, una forma humana apareció en los acantilados y una enorme ola limpió la tierra de todo el mal que la azotaba.

Si quieres conocer la leyenda de Emmargor y Praengh puedes leerla aquí: La Luna y el Océano