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BosqueAmigo

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¡¡Que hoy es día Mundial de los Bosques!! sísí mírenlo en wikipedia si no me creen. Yo porque lo leí por ahí como quien no quiere la cosa leyendo cosillas en el grandioso e infinito mundo del internete (seguramente de Juego de Tronos, no les voy a mentir).

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Bueno, no me quiero enrollar mucho porque esto es sencillo: día mundial de los bosques!! Bieeen!! Uuuh! Y san se acabó.
Pero es que no quiero terminar sin, yo que sé, remover alguna conciencia impía, hacer algo por los bonitos bosques o ser sincera con ustedes. ¿Sincera por qué? dirán, pues porque precisamente antes venía pensando en cuántas cosas malas están pasando hoy mismo en el mundo: genocidios, infanticidios, caza furtiva (y no furtiva) de animales, emisiones de CO2, tala incontrolada de árboles… ains puede que hoy haya muerto un animal que marque la diferencia entre que su especie sea considerada en peligro de extinción o no. Que cosas pasan.

Así que me despido de ustedes con una sencilla reflexión: NUNCA podremos agradecer a la naturaleza todo lo que ella, pasivamente, hace por nosotros.

El lobo solitario

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Hace mucho, en un reino donde habitaba la magia, vivía entre montañas un anciano solitario, que no albergaba en su corazón ningún sentimiento. Ninguna emoción albergaba su corazón, pues nunca jamás le hubieron enseñado alguno.

En un caseto de madera, tristemente decorado, con algunos pocos muebles y tan poca esperanza igualmente, el anciano cuidaba de su pequeño ganado y de algunos metros de tierra que pagaba al rey asiduamente.

No tenía habilidades especiales, no era experto en nada, sabía poco de muchas cosas. Lo único que bien hacía era sobrevivir en una montaña fría pero eso, y él lo sabía, no era vida.

Fue en una oscura y cruda noche que se quedó dormido mirando la fogata en su chimenea, cómo crepitaban las chispas, de un lado a otro, muy coquetas. Soñó  con el calor de una mujer, con la exquisitez de sus manos en su cuello rozar, con una familia cariñosa y un perro protector, que lo esperaba en la entrada.

Tan profundo fue su sueño que apenas notó como aquellas juguetonas cenizas, caían al suelo de madera, que pronto se extendía y lo envolvía en una tumba de ardoroso fuego.

Casi muere, es cierto, pero un venado golpeó con fuerza su puerta y dando coces se adentró en la cabaña de madera. El ruido despertó al anciano del ensueño que rápidamente se vio disipando las llamas. Lo ocurrido produjo heridas mortales en el ciervo, aunque el hombre, viejo, sufrió achaques en el pescuezo y tuvo que refrescarse el pecho.

Un venado herido era un buen aporte de alimento pero ¿cómo matar a quién lo había salvado? Así bien, curó al venado, le proporcionó agua y arropo en lo que quedaba de noche y por la mañana, dejando la puerta abierta, el ciervo volvió al bosque.

Aquella misma tarde, en una ronda matutina para recoger trufas y otros hongos, se apareció ante él aquel animal majestuoso, con heridas notables en su pelaje y astillada la cornamenta. Qué querrá el animal, que se presenta tan galante ante un posible atacante.

Las robustas patas se convirtieron en finas extremidades, las astas en cabello y el hocico de rumiante en cara de doncella.

Una voz fresca como una mañana de primavera se dirigió al viejo: ¿Acaso no sabéis anciano, a quién habéis salvado? Tenéis amable corazón aunque repudiéis de ello ¿qué puedo daros que esté en mi mano?

El hombre solitario así vivía porque él quería. Aunque nadie lo entendiese, él veía alrededor su mejor compañía: Todo cuanto pido, sino es deseo baldío, es quedarme en este bosque aún cuando la muerte me lleve. Si los años que poseo me los dieras de nuevo, nada me haría más feliz que ver en otras criaturas la familia que tanto he amado.

Así y para siempre, la ninfa del bosque convirtió al anciano en lobo, y le dio tantos años de vida como los que ya había vivido. Así pues, el anciano lobo protegía el bosque y todas las demás bestias. Si algo malo ocurriera, él estaba alerta y aullaba a la luna en señal de alarma.

Princesa de las Flores

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                 La princesa Anna vivía feliz en su castillo de piedra marmolada, hasta que un día las flores de los jardines comenzaron a secarse y a fallecer, algo realmente extraño pues se encontraban en plena primavera. Aunque lo verdaderamente extraño es que los pinos del bosque circundante también empezaron a morir y sus troncos se volvieron grises y apagados, ya no había vida alrededor, el palacio estaba rodeado de muerte y tristeza.

                Como los ganados ya no tenían de qué alimentarse, pronto la gente del pueblo también empezó a marcharse y el lugar se convirtió en una ciudad fantasma, ya nadie había en aquel reino que quisiera seguir allí. Algunos decían que la tierra estaba maldita.

                Como ya no tenían súbditos a los que gobernar, el rey y su princesita decidieron marcharse a otras tierras, cruzando la frontera al país colindante, con los que había buenas relaciones, esperando ser bienvenidos y poder quedarse allí hasta que Anna estuviera en edad casadera.

                El camino fue duro, caluroso y aburrido, no se encontraron ningún caminante, ni siquiera ladrones que quisieran asaltar el carruaje. Y cuan grande fue la sorpresa cuando al llegar, el paisaje estaba tan desolado como su mismo reino. Ni una brizna de hierba se abría paso entre la tierra seca y rasgada por el sol, incluso las piedras parecían más muertas y frías de lo normal.

                Los pocos guardias que seguían bajo la tutela del rey comenzaron a pensar que era él mismo y su sucesora los que estaban malditos, así que por la noche, cuando éstos dormían, se fueron lejos, donde la maldición no les alcanzase, llevándose los caballos y algunas provisiones.

                Perdidos como estaban y habiendo sido siempre servidos por sus vasallos, el monarca maldito y su heredera comenzaron un duro viaje a través de inclementes caminos, donde los ríos sólo eran un fino hilillo entre polvoriento suelo, y eso cuando el agua no era negra y turbia, negándose a beberla.

                Pronto, las fuerzas del anciano rey comenzaron a hacer mella en su aliento, y tenían que descansar cada cierto tiempo. La princesa Anna notó que sus manos se llenaban de callosidades por rebuscar en el suelo alguna baya o raíz que llevarse a la boca, y que su vestido estaba sucio y raído, ya no parecía una princesa.

                Como se pronosticaba, el rey falleció agotado, hambriento y sediento, y Anna pronosticaba su triste final si debía continuar el camino sola y desprotegida.

                Quedose allí sentada, sollozando durante tres largos días, bajo las inclemencias del tiempo, que terminaron de llevarse el poco brillo de su hidalga belleza. Contra todo pronóstico, el tiempo mejoró a lo largo del día, al borde del camino empezaron a surgir plantas, escuchó a lo lejos un riachuelo y el cielo recuperó su color celeste vibrante.

                Sintió una cálida sensación y se quedó dormida, pero cuando despertó, todo volvía a ser un desierto de muerte. Aturdida se levantó rápidamente y comenzó a buscar alguna señal de lo que había visto y oído: una flor, un charco, aun fuese un cuervo también.

                Algo la golpeó y volvió a sumirse en un profundo sueño.

              Despertó en un frondoso bosque, escuchaba cerca una cascada y pájaros que cantaban, notaba la hierba bajo su cuerpo y algunos rayos de sol que atravesaban la espesura. Pensó que habría muerto.

            Se incorporó y tenía fuerzas, el estómago lleno, un vestido nuevo y precioso, y su cabello estaba recogido en dos trenzas con cintas de colores. Confusa buscó alguien que le explicara lo que había pasado. Vio un caballo blanco de crines leonadas pastando cerca de un esplendoroso barbusano, su grandeza deslizó su mirada hacia la copa del árbol y entonces escuchó una voz agradable y ligera, como una brisa de verano.

             – Perdóname por hacerte daño, pero creí que sería más sencillo para ti aceptar el cambio de ambiente si despertabas de un desmayo.

                Anna volvió la vista al frente, miró a su alrededor, no había nadie, sólo el caballo la miraba fijamente.

                – No te asustes Anna, soy lo que estabas buscando, muchos sacrificios eran necesarios para que al fin pudiéramos encontrarnos. Estábamos  predestinados ¿lo sabías?

                Pensó que la falta de comida y bebida la habían vuelto demente, así que pensó que lo ideal sería comportarse como tal. Se remangó las faldas del vestido hasta las rodillas, se montó en el caballo y apretó los riñones del animal con sus pies.

                – ¡Eh princesa, no seáis descortés! Si deseabais montar, sólo teníais que pedirlo.

              Esa voz estaba en su mente y parecía ciertamente venir del caballo. Nuevamente oprimió los riñones del equino, sujetó su crin y las movió fuertemente conforme decía “arre”. La cabalgadura se encabritó haciéndola caer de trasero al suelo.

                   – ¡Ya está bien princesa! Si queréis decirme algo, usad vuestra mente o ¿el hambre os ha vuelto ignorante también?

              Anna entendió que, aunque fantasioso, lo que ocurría era muy real y tras una larga charla supo que aquel caballo blanco era un unicornio salvaje, de los pocos que no habían sido amuermados por el hombre para sus trabajos de granja, y que, desde que vino al mundo, la había estado buscando porque ella tenía el poder de imaginar las cosas más hermosas y él de hacerlas realidad, pero que no eran nada si no estaban juntos.

             Así que Anna imaginó su reino próspero de nuevo y a su padre cabalgando junto a ella, imaginó también que los caballos ya no eran caballos, sino unicornios como su compañero y amigo, y que todos podían comunicarse de alguna forma especial con un solo humano, creando un vínculo similar al que ella tenía con Albo.

              De modo que el reino más maravilloso era el de Anna porque junto a Albo, crearon un camino de flores de todos los colores, para que encontraran refugio todos los que como ella, alguna vez en el camino se perdieran.

Laura

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Nació en un mundo donde todos estaban perdidos. La naturaleza luchaba por sobrevivir a sus habitantes, y éstos por sobrevivir a sus catástrofes. Sola, custodiada, perdida, alejada de todo lo que los demás temían: la realidad.

El mundo se revelaba contra unos seres que la acribillaban continuamente, matando sus criaturas, matando la vida. Ella nació con el don de la resurrección, el don de la vida. Pero la muerte y la guerra confunde hasta al corazón más fuerte, así que la ocultaron para que nadie pudiera beneficiarse de su poder. Lejos de la guerra, de los hombres, de la naturaleza, vivía ella en lo alto de una torre, entre sombras.

Un día, cansada de su ignorancia, consiguió zafarse de su prisión, arriesgando su vida a través de la escabrosa pared de la torre, deteriorada y agrietada por el salitre. Su sed de conocimiento era primordial, más que su propia vida.

Llegó hasta el bosque sombrío que rodeaba el castillo, cargado de muerte y desolación, pues lo único que allí había era árboles muertos y rocas peladas. Ni el liquen era capaz de sobrevivir en aquella tierra yerma. Puso un pie en él y dejó su huella en la nieve. A cada paso que daba, por cada huella, una brizna de hierba renacía en el páramo. La muchacha proseguía su camino sin atisbar lo que su don hacía sin ella darse cuenta.

Al cabo de un par de horas, cuando la luna plateada se mostraba entera en el manto negro de la noche, llegó al primer atisbo de vida: un río. Se habría paso lentamente a través del hielo y ella escuchó su susurro. Se acercaba lentamente, pues no sabía que tipo de vida sería aquel que tan lento confluía y no huía. Mientras caminaba, el hielo se fundía y en poco tiempo el riachuelo de hielo se convirtió en majestuoso río, tan ancho que no se podía cruzar a salto.

 

La prisionera de la torre, ensimismada por el surcar del agua, vio el reflejo de la luna en ella y comprobó cómo su halo se hacía más grande y brillante. Miró al cielo, la vio hermosa y su luz se confundió con el de su mirada. Allí pasó la noche, entre sueños de penumbra, de guerra, muerte, sangre, hambre, tristeza. El mundo vivía ahora en ella y guardaba la memoria de un planeta que moría a causa del hombre.

“La de los ojos grises” la llamó un jilguero, que apesadumbrado se posó en su hombro y le dijo entre cantos entonados a través de su garganta de ave: tú eres quien la tierra eligió para salvarse, porque oculta de la envidia y el dolor, conseguiste zafarte de la estupidez. Sálvate tú porque en tu ser llevas la esencia de la vida.

 

Ella, perdida en la confusión, corrió a las afueras del bosque. Huía y no sabía de qué, y detrás de ella la tierra renacía y se volvía verde y vivo. Las fuerzas del planeta volvían a recobrar la juventud de un planeta nuevo.

Sin saber cómo, los hombres que aún vivían se sumieron en un gran letargo y tras varios años en que la tierra se recuperó de la batalla contra ella, conoció el perdón de los hombres. Poco a poco, aquellos que antes odiaban, se volvieron cariñosos. Recuperaron el amor por la flora y la fauna, se despojaron de los sentimientos que les habían cegado y convivieron juntos en paz y armonía.

Respecto a la muchacha que había hecho aquello posible, se escondió en el tronco hueco de un árbol. Aquel árbol era un laurel y duró tantos años que ni el niño más pequeño pudo ver su muerte. Con el tiempo se encontró su cuerpo y el bosque se había llenado de más vida que cualquier otro conocido y lo llamaron en honor a la muchacha y del árbol que le dio cobijo “Laurisilva”.

Esta es la historia de Laura y su don. También es la historia de una muerte y una resurrección. La historia de una guerra que acabó.